La música y la danza, pueden considerarse como las manifestaciones más expresivas que existen de la espiritualidad humana. Desde que el hombre fue capaz de cantar en vez de gritar, y de bailar en vez de saltar, ambas han ido estrechamente unidas. La danza era el desplazamiento acompasado del cuerpo, marcado por los movimientos de los pies y de las manos, y acompañada en un principio por palmadas o sonidos.
Desde la prehistoria, la humanidad expreso su estado anímico mediante danzas y ceremonias mágicas, en las que no faltaron ornamentos, mascaras e incluso vestimentas de carácter ritual. Las danzas de guerra fueron las principales y pioneras, propiciando con ellas también la caza y la fecundidad.
Las raíces de la música y la danza en el antiguo Egipto, parten de dos actividades imprescindibles para la economía y la supervivencia de este territorio: la agricultura, en la que las labores de siembra y cosecha reunieron colectivos para esta tarea; y la caza, una actividad que siempre tuvo un carácter más elitista, siendo practicada casi exclusivamente por reyes y nobles, demostrando su valentía, poder y perfecta forma física. Después fueron las ceremonias y el culto funerario, religioso y mágico, dedicado al dios Osiris, que representó otro importante origen musical, acompañando a los rituales relacionados con la muerte y la regeneración. Uno de los cultos más importantes fueron los dedicados a Hathor, sucesora de la gran diosa madre primigenia, con el tiempo se convirtió en una divinidad vaca nutricia y en la “divina nodriza del faraón”. También fue la “Señora del Sicomoro”, y diosa del amor y de la alegría con sus correspondientes cultos.
La evolución y los cambios del conjunto de instrumentos musicales en el antiguo Egipto, se produjo poco a poco con la llegada a Egipto de princesas asiáticas (hititas, babilonias, mitanias, etc.), con sus correspondientes y grandes sequitos durante el transcurso del Imperio Nuevo. Estos cortejos se instalaron en los harenes reales distribuidos por todo el territorio, cambiando como es natural con el tiempo, no solo algunos hábitos sociales del país y de la corte, sino también las celebraciones y sus rituales. Este cambio en las modas y los usos, se aprecian en las paredes de las tumbas tebanas, donde aparecen las escenas de música y danza más bonitas y delicadas de todo el antiguo Egipto. Secuencias que se refirieren a la vida en el más allá, pero que a la vez reflejan sin duda, las celebraciones de los cortesanos de aquella época, en las que su único deseo era disfrutar de una vida eterna.
Del conjunto oficial compuesto tan solo por hombres músicos de los Imperios Antiguo y Medio, se paso al conjunto del Imperio Nuevo, compuesto en su mayoría por mujeres instrumentistas (que interpretaban con el arpa, el laúd, la lira, el oboe, etc.), cantantes y bailarinas. Son representadas con vestidos plisados y pelucas, coronadas por conos de perfume y ceñidas con coronas de flores, o bien lotos azules.
Con respecto a la danza, las escenas con representaciones de bailarines de ambos sexos son muy numerosas, pero en ellas se observa que los pasos, actitudes y gestos son invariables. Con el tiempo, se convirtieron en danzas rituales dentro de los templos. Las bailarinas eran representadas en estos tipos de escenas rítmico-artísticos, muy jóvenes y bellas, de una gran flexibilidad anatómica, y vestidas tan solo con un faldellín corto y ajustado.
Con relación al mundo agrario y de la caza, están documentadas las “danzas de palillos o crótalos” y la “danza del boomerang”, acompañadas por instrumentos de percusión. En el gran santuario de Heliópolis, y junto con los “cantos de Isis y Neftis” se realizaban las “danzas cosmogónicas”, o de la creación del mundo. El ritual funerario dedicado a la muerte y regeneración del dios Osiris, se celebraba en el templo de Isis durante cinco días.
Las representaciones de las “danzas hathoricas”, dedicadas a Hathor, eran las más habituales y diversas. La danza era considerada como una función sagrada creada por esta misma diosa. En un principio eran de carácter acrobático y festivo, pero después fueron sometidas al aprendizaje académico, cuyo principal centro se encontraba en una escuela adjunta al templo de Dendera. En este lugar y bajo el amparo de la diosa Hathor y de su hijo Ihi (una forma de Horus), se establecieron las principales normas para las procesiones y las ceremonias, que tuvieron una continuidad en las celebraciones religiosas y funerarias. Las sacerdotisas congregadas de todos los templos eran iniciadas en estas materias, era una etapa obligatoria en su camino hacia el conocimiento, ya que la música fue considerada como un despertar del espíritu y una aproximación a las fuerzas ocultas de la naturaleza.
A partir de este momento, todos los grandes templos de Egipto tuvieron su propia escuela de música, canto y danza, de manera que las que en ella se formaban, se convertían asimismo en personal agregado al templo. Existen unas escenas muy curiosas que expresarían el ambiente que debía reinar en estas escuelas, donde profesoras rigurosísimas, perfeccionaban las posturas y los pasos de sus alumnas.
Las danzas que amenizaban los actos oficiales, también se encuentran documentadas, como el traslado de estatuas, el levantamiento del pilar sagrado “djed”, o los obeliscos. También pueden verse en las recepciones a embajadas procedentes de cortes extranjeras, donde se les daba la bienvenida.
En el antiguo Egipto no aparecen imágenes con danzas de guerra, tal vez porque la unificación del país a partir del 3000 a. C., hizo que fuese un estado único e indiscutible, por lo que creerían innecesario este tipo de expresión, tan eficiente en otros pueblos y culturas.
En los cortejos funerarios, sus escenas plasman las ruidosas manifestaciones de duelo por parte de plañideras profesionales, aparecen en grupos mostrando su desesperación ante la muerte del faraón, o de un cortesano, con un llanto desgarrado e incluso ulular, semejante al que hoy en día, siguen haciendo las mujeres del norte de África.
De las danzas cortesanas y del harén, ya he comentado anteriormente que existe un gran reportorio en las paredes de las tumbas tebanas. En ellas quedo constancia de los momentos vividos en el interior de estos edificios, donde ilustres damas eran amenizadas con el canto y la danza de bailarinas profesionales.
La gran esposa real, la reina principal, estaba al frente de las comunidades femeninas de todos los templos, era por excelencia la primera instrumentista de los ritos. En su condición de cantora primordial, conocía y entonaba los textos sagrados; en el harén real, en su instrucción también entraba el aprendizaje de instrumentos musicales. Incluso en las grandes fiestas de estado, era ella personalmente la que pautaba los pasos de danza que requiriese el ritual (es decir que hacia la coreografía).
Las danzas mágicas de carácter más popular, también estaban presentes; la mayoría relacionadas con rituales ancestrales de fecundidad, y consecuentemente asociadas con el renacer agrario. De entre todas ellas cabe destacar la “danza de Bes”, una divinidad masculina muy popular, con el aspecto de un enano, considerado como genio de la fecundidad y protector de las mujeres y de los niños.