Texto y fotografías de: Asunción Saez Mullor
La vida de los habitantes en la ciudad de Tebas durante el Reino Nuevo estaba organizada alrededor de los templos, dirigidos por los Sumos Sacerdotes de las divinidades, en especial el del templo de Amón en Karnak, ya que era el dios que guiaba, protegía e incluso concebía a los faraones. En los talleres del templo, trabajaban los mejores artesanos con las preciosas materias primas que llegaban procedentes de Siria-Palestina o de Nubia, como marfil, plata, oro, obsidiana, maderas exóticas, etc. También ejercían su trabajo los funcionarios y escribas encargados de la administración. El templo en sí, constituía una ciudad y los festivales y rituales que se realizaban para la población marcaban el ritmo de su vida.
La política constructora llevada a cabo por los reyes del Reino Medio quedó empequeñecida ante la realizada por los faraones del Reino Nuevo. Se realizó, entre otros lugares, en el gran templo de Amón en Karnak, un templo que cada rey fue ampliando y embelleciendo a lo largo de toda la historia faraónica, donde los soberanos exhibieron los logros de su gobierno, sus victorias y botines conseguidos en las campañas militares, o la estrecha relación que tenían con los dioses.
Tebas estaba dividida por el Nilo, en la orilla oeste se encontraba el mundo funerario, la entrada al más allá, con el Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas y las diversas necrópolis de los nobles, así como los templos funerarios que los faraones se construyeron para su culto. En la orilla este, estaba el mundo de los vivos con su bulliciosa vida.
Estos templos junto a los palacios reales y las grandiosas casas de la élite, necesitaron personal para satisfacer todas sus necesidades, desde la servidumbre, hasta los mejores especialistas: médicos, artesanos o músicos, etc. Tebas fue, por lo tanto, un lugar donde la actividad no cesaba, ya fuese constructiva o artística, donde los palacios, los templos y las tumbas fueron realzados con relieves y estatuas colosales, junto con textos que reproducían los cánticos y lamentos que acompañaban a las procesiones funerarias, a las fiestas religiosas, o a la llegada del faraón después de sus campañas militares.
La mayor parte de la población de esta ciudad trabajaba para los templos, cuyos principales cargos se profesionalizaron durante el Reino Nuevo. Fueron desempeñados o bien por familiares del faraón, o más tarde por personas vinculadas a una clase sacerdotal, que fue convirtiéndose poco a poco en más poderosa. Los Sumos Sacerdotes, los Servidores del Dios (“hem-netjer”) o los Sacerdotes Puros (wab), constituyeron un clero al servicio del dios y su templo, así como de sus posesiones y bienes. Formando parte del templo existían departamentos como el de la “Casa de la Vida”, donde escribas y funcionarios aprendían sus oficios. Aquí se realizaban las copias de los papiros que posteriormente se utilizarían en los diversos rituales y también de los destinados a depositarse en las tumbas como parte del ajuar funerario, en especial el del Libro de los Muertos.
Los servicios que prestaban estos sacerdotes también podían ser requeridos por el resto de la sociedad, como la de los Sacerdotes Lectores, que daban vida a las invocaciones relacionadas con la protección, la medicina o en los funerales. En los funerales participaba el Sacerdote Sem, que realizaba el importante ritual de la Apertura de la Boca de la momia, antes de que esta fuese introducida en la tumba y sellada para siempre. En los templos toda una jerarquía de sacerdotes cumplía con todas las necesidades celestiales y humanas: las relacionadas con el mantenimiento del orden cósmico, pero también con las cotidianas.
Durante el servicio en el templo, los sacerdotes debían llevar afeitado el cuerpo y la cabeza, haberse limpiado la boca con natrón y mascarlo e incluso haberse sumergido en las aguas del lago sagrado del templo para purificarse. Antes de entrar en contacto con la estatua del dios, se realizaban unos rituales de purificación que eran necesarios ya que vivían con sus mujeres e hijos en sus casas. No se han conservado textos con los rituales de iniciación de los sacerdotes, ni se sabe si estos existían.
En templos como el de Karnak era muy importante y primordial su vertiente económica y administrativa. Recibían grandes cantidades de ofrendas, recursos y hombres, incluidos los tributos que anualmente llegaban de ciudades sirio-palestinas. Los escribas y funcionarios del templo eran los encargados de administrar estas propiedades y recursos, que no eran solo los de tipo agrícola o ganadero, sino que también se encargaban de los exóticos productos que llegaban a los talleres de los templos, donde eran trabajados y moldeados por los mejores artesanos, dando forma y vida a las estatuas, realizando joyas impresionantes y mobiliario con las más delicadas maderas, tanto para los dioses, como para la alta sociedad y los ajuares de los difuntos.
El ritmo de los templos estaba determinado por las necesidades de los dioses a los que todos los días había que alimentar, especialmente al amanecer, cuando el Sol aparecía por el este, después de superar y vencer todos los peligros nocturnos del mundo inferior. Había que vestirlos, lavarlos, perfumarlos y adornarlos. Todo ello requería de productos como el incienso, trajes de lino fino, cuencos y platos donde depositar las ofrendas, todo ello fabricado igualmente en los talleres del templo. Unos talleres y sacerdotes que satisfacían las necesidades funerarias tanto de los soberanos y la corte, como de los altos funcionarios o de todas aquellas personas que pudieran costearse un mínimo ajuar, y unos ritos para ayudarles en su viaje al más allá.
La actividad económica y de servicios debió ser febril, siendo constantes las procesiones funerarias en las que, junto a las familias, las plañideras profesionales lloraban la perdida, los músicos tocaban sus instrumentos, y los sacerdotes elevaban sus plegarias a las divinidades, mientras se quemaban inciensos y se ungían los aceites asociados con el enterramiento.
El faraón, participaba en las grandes fiestas religiosas que jalonaban la vida en la ciudad. La Fiesta de Opet era una de ellas, y se celebraba en el segundo mes (paofi) de la inundación (akhet), aproximadamente en agosto. En tiempos de Hatshepsut duraba once días, pero cada vez se fue alargando más y con Ramsés III llego a los 27 días. En la Fiesta de Opet, la estatua del dios Amón-Ra junto con la de su esposa Mut, y la de su hijo Khonsu, salían del templo en sus barcas sagradas portadas en andas por los sacerdotes, se trasladaban desde el templo de Karnak hasta el de Luxor para visitar al dios Amón-Min, atravesando la vía procesional bordeada de esfinges, de dos kilómetros, que unía ambos templos, y en la que había quioscos, reposaderos de las barcas, donde la procesión podía parar y descansar. La población en esta gran fiesta tenía un contacto directo con las divinidades, y se producían los oráculos divinos, Amón-Ra contestaba al pueblo con un simple movimiento a las preguntas que se le hacían. La finalidad principal de la Fiesta de Opet era la de estrechar los lazos entre Amón y el faraón, reafirmándose así su derecho al trono, por lo que tenía un claro componente ideológico. Los orígenes de esta fiesta se remontan al Reino Medio, pero adquirió mayor importancia durante el reinado de Hatshepsut. Fue entonces cuando la procesión enlazó también el templo de Karnak con el Djeser Djeseru, el templo funerario de la reina Hatshepsut en Deir el Bahari, tiempo después se extendió a los demás templos funerarios de los faraones.
Durante esta auténtica fiesta divina y de la realeza, pero también del pueblo, se repartía comida y bebida a los ciudadanos, que cantaban, bailaban, eran felices y adoraban a los dioses, mientras la estatua del dios Amón-Ra, oculto en su barca, junto a la de su esposa e hijo eran acompañadas por un cortejo compuesto por la familia real, sacerdotes, nobles, músicos y danzarinas.
El dios de la magia, Heka, estaba presente en todas las manifestaciones de la vida de los antiguos egipcios, ya que la diferenciación entre magia y religión era inexistente. Con la magia a través de los amuletos se intentaba obtener una seguridad y protección ante todo lo desconocido, especialmente con las enfermedades. Los sacerdotes astrónomos elaboraban calendarios con todo lo que podía hacerse o no en días determinado del año, existiendo días muy peligrosos y nefastos en los que lo mejor era no emprender ninguna actividad.
El mobiliario de las casas desempeñaba una función muy importante en todo lo relacionado con la protección, razón por las que las patas de las camas y las sillas adoptaban la forma de las patas de un león o de un toro, protegiendo así a su ocupante.
Los egipcios indudablemente conservaron y transmitieron una memoria cultural mediante historias narradas de padres a hijos a lo largo de los siglos, la literatura de época faraónica tuvo carácter oral, leyendas e historias que en las casas de los nobles debieron ser relatadas o cantadas durante los banquetes, pero que en la gente común debió transmitirse cuando al atardecer y al calor del hogar, las familias se reunían, hablaban, comían y bailaban.
Uno de los ritos más celebrado, más importante y a la vez más peligroso era el momento del nacimiento de un nuevo ser, tanto para la madre como para el niño por nacer. Las futuras madres acudían a expertas comadronas para ser ayudadas, pero también se amparaban en la magia para proteger ese momento tan especial del parto, donde los malos espíritus podían jugar malas pasadas, por lo tanto, una vez pasado el momento del nacimiento, tanto la madre como el hijo debían pasar un periodo de 40 días de aislamiento. Junto al recién nacido estarían las fuerzas asociadas a su destino, que lo acompañarían durante toda su vida, incluso hasta el momento final en el que se presentaría ante el tribunal de Osiris, donde debían ser presentadas sin haber transgredido. Un ejemplo es la diosa Mesjenet, personificada en los ladrillos mágicos de parir, los cuales eran guardados después de ser utilizados; estaba presente en este crucial momento y encarnaba las capacidades otorgadas al niño en el momento de su nacimiento. También estaban las Siete Hathor, que en el nacimiento expondrían los acontecimientos, normalmente nefastos, que debería afrontar esta persona en su vida y que, al haber sido pronunciados no podrían evitarse, por lo que se recitaban conjuros en el momento del parto, para sellar los labios de las diosas y que no hablasen.
Con relación al derecho de las mujeres en esta época, en el mundo funerario se conocen muy pocos casos en los que estas tuvieran un ajuar propio, generalmente eran incluidos en los ajuares funerarios de las tumbas de sus esposos; en el mundo laboral, las escenas de mujeres trabajando fuera de sus casas, en la mayoría de las ocasiones se pueden considerar como extensiones de sus obligaciones domésticas; jurídicamente, las mujeres sí podían tener sus propiedades, heredarlas e incluso legarlas. Las propiedades que aportaban al matrimonio, así como un tercio de lo obtenido conviviendo en pareja podía pasar a ella si había un divorcio, y ella no había sido culpable claro.