Texto y fotografías de: Asunción Saez Mullor
La momificación natural en el antiguo Egipto, fue el resultado de su cálido clima y de su geografía tan característica. Las primeras momias egipcias se descubrieron en los márgenes del desierto, donde la arena caliente ya actuaba como un poderoso desecante eliminando los líquidos y, por tanto, frenando la putrefacción natural del cuerpo. Esta circunstancia, les marcaria parte de los rituales funerarios que se realizarían en un futuro, basados en la conservación del cuerpo como soporte del alma y como pasaporte para su acceso al Más Allá. Cuando, pasado un tiempo, las altas elites del valle del Nilo quisieron que sus difuntos fueran colocados dentro de ataúdes, y estos a su vez en tumbas, los cuerpos perdieron el contacto directo con la arena y, con ello, esa desecación natural que tanto les había cautivado. Entonces, los antiguos egipcios se vieron obligados a idear métodos que conservaran artificialmente a sus difuntos.
Esta necesidad de la conservación del cuerpo, surge de las profundas creencias religiosas, y en su continuación en una vida eterna. Para ellos, el ser humano estaba compuesto por elementos tanto materiales, como espirituales. La conservación del cuerpo implicaba la conservación de la identidad, que estaba compuesta por: la sombra, que es una manifestación difícil de definir, aunque esta relacionada con el propio cuerpo del difunto; el nombre, un elemento esencial de la identidad, pues decir el nombre de alguien, o nombrar a un fallecido era darle vida, aliento; el ka, esa energía cósmica que todos recibían al nacer y que continuaba existiendo después de la muerte; el ba, la manifestación espiritual que podía salir del cuerpo una vez se había producido la muerte; y el akh, que era el elemento espiritual y, ya iluminado, que se trasladaba al mundo de los dioses, a los cuales acompañaban en sus viajes diurnos y nocturnos.
La muerte significaba sin lugar a dudas, la separación de estos elementos, pero, sin embargo, solo era momentáneamente, ya que el difunto renacería de nuevo en el Más Allá, necesitando para ello y de nuevo de todas esas manifestaciones. Para conseguir esa vida eterna, la momificación era totalmente imprescindible, ya que necesitaban que su cuerpo descansase en la tumba, conservando todos los rasgos identificativos que había tenido en vida, de modo que su ba no tuviera ningún obstáculo para reconocerlo y ocuparlo.
La momificación era realizada por profesionales embalsamadores, que formaban parte de un estrato social de sacerdotes dedicados específicamente a ello, siguiendo una serie de rituales. Uno de los personajes más importantes en el proceso de momificación era el “Señor de los Secretos”, que realizaba los rituales con una máscara del dios del embalsamamiento, Anubis; este sacerdote dirigía todo el ritual. Le seguían en importancia los “Sacerdotes Lectores”, que iban pronunciando las instrucciones del ritual, así como las recitaciones mágicas precisas, conforme iban colocando cada una de las vendas en cada parte del cuerpo. También estaban los que se encargaban de hacer las incisiones en el cuerpo y extraer las vísceras, de esto quizás se encargaría el estrato sacerdotal más bajo, debido a la impureza asociada al trabajo que realizaban.
Durante los Reinos Antiguo y Medio, había tan solo un equipo de embalsamadores, que se encargaba de la momificación de la familia real y de los cortesanos y oficiales a los que el rey hubiera concedido este privilegio. Posteriormente, al democratizarse la momificación, aparecieron más lugares dedicados al embalsamamiento, aunque la calidad de su trabajo variaría, dependiendo del presupuesto que tuviese cada cliente.
El trabajo de los embalsamadores duraba aproximadamente setenta días, periodo que mediaba entre el fallecimiento del individuo y su entierro, sin embargo, existe una referencia única, que habla de hasta 274 días, y que se encuentra en la tumba de la reina Meresank, de la dinastía IV (2630 a.C.), en Guiza.
Los únicos datos existentes sobre el embalsamamiento, los narra el historiador griego Heródoto en su volumen de Historias correspondiente a Egipto. Cuenta como el difunto era entregado por la familia a los embalsamadores. Estos les mostraban unos modelos de momias en madera simulando a las auténticas, unas más caras que otras, ya que no todas tenían la misma calidad, ni llevaban el mismo trabajo. Cuando ya tenían acordado el tipo de embalsamamiento y el precio, la familia regresaba a su casa. Entonces, los embalsamadores podían comenzar su trabajo. Sin lugar a dudas, la momificación era muy distinta dependiendo del recurso económico de los fallecidos.
El primer paso de la momificación era el llamado “ritual de purificación” del difunto, que duraba tres días, y se llevaba a cabo en una especie de “tienda” llamada ibw, casi siempre situada muy cerca del rio por la necesidad del agua, y donde se procedía al lavado del cuerpo. Una vez el cuerpo purificado, era trasladado a otro lugar llamado wabet o “lugar puro”, donde permanecería durante toda la momificación.
En este punto comenzaba el trabajo de los embalsamadores. En primer lugar, vaciaban el cerebro del difunto por los orificios de la nariz, vertiendo en él un líquido resinoso de relleno; ya que, para los antiguos egipcios, el cerebro carecía totalmente de importancia como sede de la razón y del pensamiento. Después, realizaban una incisión lateral, casi siempre en el lado izquierdo del abdomen, por donde extraían con las manos el hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos. Estos eran también desecados con natrón y vendados con lino, y después eran colocados en cada uno de los vasos canopos correspondientes. El corazón, sin embargo, era considerado como sede del conocimiento y la sabiduría, por lo que se dejaba en su lugar por su gran trascendencia. En varios capítulos del Libro de los Muertos, ya se expresa la importancia de mantener ese órgano siempre unido a su cuerpo.
Un paso muy importante en el proceso de la momificación, era la eliminación total de líquidos y humedades del cuerpo. Para conseguirlo utilizaron el natrón puro, que al igual que la arena caliente del desierto, era un poderoso desecante. Cubrían completamente el cuerpo del difunto con esta sal durante cuarenta días. Después de extraer las vísceras, la cavidad torácica se rellenaba con pequeños saquitos de natrón, que irían secando todo resto de humedad que pudiese quedar, asimismo se introducían rollos de lino para que el cuerpo no perdiese su forma. Tras los cuarenta días de deshidratación, para que el cuerpo recuperase su elasticidad ya que quedaba disecado, procedían a ungirlo con diferentes aceites y resinas liquidas, que contribuían también a prevenir el ataque de los insectos y a encubrir los malos olores que pudieran producirse durante la momificación.
El vendado de la momia conllevaba también una gran relevancia ritualista, por lo que se realizaba con una gran minuciosidad. Para ello, se necesitaban alrededor de quince días, en los que cada parte del cuerpo era envuelta por separado y cuidadosamente, acompañada de recitaciones mágicas. Finalmente, el cuerpo era vendado de forma compacta. Los cuerpos de la realeza eran envueltos, como es natural, en un “lino real” de la mejor calidad. En muchas momias privadas, las telas utilizadas para la momificación pertenecían al difunto, y les ponían su nombre. El gran coste de estas vendas fue la causa principal de que, en muchas ocasiones, el difunto fuese vendado con telas desechadas cortadas en tiras.
Para finalizar, se colocaban sobre la momia, así como entre las vendas, diferentes tipos de amuletos. También papiros con recitaciones y textos mágicos, que les aportarían la protección mágica necesaria para poder transitar tranquilos en el otro mundo.
Una vez terminados todos los rituales de la momificación, los embalsamadores entregaban la momia a la familia para que llevasen a cabo el funeral. Si se trataba de un miembro de la realeza o de la gran elite, la momia era cubierta con una máscara y colocada en un fastuoso ataúd, que a su vez era introducido en un sarcófago.
Una larga procesión funeraria trasladaba el sarcófago hasta la tumba, compuesta por familiares, amigos y sirvientes, que transportaban todo el ajuar funerario que el difunto necesitaría en el Más Allá, y donde su akh, renacería a la vida eterna convirtiéndose en un maa herw, un ser “bienaventurado”.